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Altos responsables de La Moncloa y del Govern de la Generalitat estuvieron a punto de cerrar un acuerdo el jueves por la mañana que hubiera supuesto la convocatoria de elecciones el 20 de diciembre en Cataluña, descartar la declaración de independencia y congelar la aplicación del artículo 155 de la Constitución. En el último momento, todo se vino abajo y, aunque hay aún opciones teóricas para evitarlo hasta que se vote hoy en el Senado, todo parece indicar que desde este sábado el Gobierno de Mariano Rajoy tendrá el control de la Generalitat de Cataluña y se abrirá una etapa incierta.

El jefe de Gabinete de Rajoy, Jorge Moragas, y el director de la Oficina de Puigdemont, Josep Rius, contactaron durante la mañana y los dos 'fontaneros' estuvieron a punto de sellar un acuerdo. Tan es así que hasta el presidente de la Generalitat llegó a tener elaborado un discurso solemne para anunciar a las 13:30 horas la convocatoria de elecciones. Así se lo hizo ver a personas de su confianza, con las que consultó su intervención. Finalmente, tal anuncio no se produjo.

La razón fundamental fue la desconfianza entre ambas partes o lo que Puigdemont definió a última hora de la tarde como “falta de garantías” por parte de La Moncloa. Por otro lado, el Gobierno consideraba excesivas las peticiones de la Generalitat, sin ofrecer nada a cambio.

“No era un acuerdo equilibrado, ellos no cedían nada”, asegura un destacado ministro, que explica que Puigdemont exigía la suspensión del 155, la libertad de 'los Jordis' y la salida de la Guardia Civil y la Policía Nacional de Cataluña, y solo ofrecía la convocatoria de elecciones y la retirada de la DUI. El ministro considera que el cambio de última hora de Puigdemont se debió a las presiones internas y al temor a la calle. La versión de los soberanistas e independentistas es que su propuesta suponía un elevadísimo coste por la reacción de sus bases en Cataluña y la ruptura del bloque secesionista.

Teléfonos calientes

Los acontecimientos comenzaron a precipitarse en la madrugada del jueves. A las dos de la mañana de ese día, concluía una larga y tensa reunión del Govern, con agrias discusiones entre Puigdemont y Junqueras. Finalmente, llegaban a un acuerdo para la convocatoria de elecciones a cambio del compromiso de Rajoy de suspender la aplicación del 155, tras analizar las propuestas que les habían llegado por diferentes contactos con el Gobierno y estudiar las consecuencias penales de cada paso.

En los días previos se habían producido multitud de intentos de mediación que habían llevado a esa conclusión a los miembros del Govern. El más eficaz y el que más a fondo se ha empleado ha sido el lendakari Iñigo Urkullu, vinculado políticamente a los soberanistas catalanes, socio presupuestario de Rajoy y aliado del PSOE en Euskadi.

Nombres como Emilio Cuatrecasas y Juan José López Burnioltambién habrían tenido un papel fundamental en este acercamiento. Urkullu cenó hace días con ellos dos, más Joaquim Coello Brufau(presidente de la Fundación Carulla) y un miembro de la familia Puig, dentro de esas intensas gestiones.

En paralelo, habría jugado un rol muy destacado la presidenta del Congreso, Ana Pastor, con magníficas relaciones personales con 'consellers' como Santi Vila. La misma madrugada del jueves, a la salida del Govern, Santi Vila llamó a Pastor para pedirle que intercediera ante Rajoy para evitar males mayores.

Miquel Iceta, líder del PSC, también intervino los días previos y se reunió con Puigdemont y llamó a Rajoy. Y un veterano diputado del PDeCAT contactó el viernes pasado con la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, para pedirle una salida antes del 155. Aunque La Moncloa insistía en que se negaba a retirar el 155 antes de que se aprobara en el Senado, sí estaba abierta a buscar una fórmula para una suspensión inmediata, antes de publicarse en el BOE y ejecutarse.

La idea era que justo después del pleno del Senado se celebraría un Consejo de Ministros, incluso en la propia Cámara, que aprobaría un decreto para frenar su aplicación. Esa vía estaba en una enmienda presentada por el PSOE que suspendía la ejecución del 155 si previamente se convocaban elecciones autonómicas, basadas en la Ley Orgánica de Régimen Electoral General, como vía para la vuelta a la legalidad estatutaria y constitucional.

La Generalitat filtró la convocatoria de las elecciones a mediodía. Se produjo la reacción del mundo independentista y ERC amenazó con salir del Govern, lo que tenía un valor relativo, porque con la convocatoria electoral ese Ejecutivo tenía ya los días contados.

Puigdemont preparó su discurso, convocó a los medios para las 13:30 y sus negociadores exigieron a La Moncloa el borrador del decreto que debía aprobar el Consejo de Ministros el viernes. No hubo tal envío, el acuerdo entre los 'fontaneros' autorizados no se cerró y se aplazó la comparecencia de Puigdemont hasta horas después, cuando ya rechazó la convocatoria electoral. Del alivio se volvió a lo peor.

Durante la mañana, el PSOE dio por hecho el acuerdo y mantuvo sus enmiendas: una para excluir el control de TV3, otra para asegurar la progresividad del 155 y otra para condicionar la aplicación a que no haya elecciones. Justo antes del pleno, la negociadora del PSOE, Carmen Calvo, acudió al Senado a negociar 'in extremis' con el Gobierno. El PP, finalmente, estudia la primera, acepta la segunda y rechaza la tercera, una vez que no hay acuerdo con la Generalitat para las elecciones. La tesis oficial y pública del Gobierno es que no había garantías de la vuelta a la legalidad.

Destacados miembros del PDeCAT culpan al entorno de Puigdemont de la falta de acuerdo, pero también a la ausencia de gestos desde La Moncloa para favorecer a última hora el pacto, sobre la base de que el propio Rajoy ha transmitido estos días incesantemente su voluntad de evitar una aplicación del 155 que será muy difícil de gestionar en la práctica.

Respecto a las garantías sobre los procesos penales, la versión del Gobierno es que sin DUI no hay querella del fiscal general del Estadopor rebelión ante el Tribunal Supremo, que podría suponer la prisión para Puigdemont y sus colaboradores, con posibles penas posteriores muy altas. Queda en marcha el procedimiento que instruye el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña por prevaricación, desobediencia y malversación. Solo este último delito lleva penas de prisión aparejadas. A Artur Mas, la Fiscalía no le acusó de malversación por el 9-N, y la propia sentencia del Tribunal Supremo que condenó a Francesc Homs venía a decir que no había condena por ese delito, solo porque no había acusación.

El Gobierno asegura que no puede garantizar la libertad de los líderes de Òmnium Cultural y la Asamblea Nacional Catalana, Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, aunque están pendientes de recursos y dependerá mucho de la petición de la Fiscalía.

Sin el acuerdo, el Gobierno de Rajoy aprobará ahora los decretos de aplicación centrados en el control de los Mossos, la intervención de las finanzas y del Centro de Telecomunicaciones y Tecnologías de la Información (CTTI) de la Generalitat. Tendrá un papel destacado el delegado del Gobierno en Cataluña, Enric Millo. Y si hay declaración de independencia, Puigdemont estará en los próximos días sin cargo y con muchas posibilidades de ingresar en prisión acusado de rebelión ante el Tribunal Supremo.

Seis razones de Puigdemont para hacer lo que hizo

El presidente catalán, Carles Puigdemont, vivió este jueves un verdadero ‘dragon khan’. A lo largo de la mañana y el mediodía, anunció comparecencias, iniciativas y decisiones trascendentales que al final resultaron en agua de borrajas. ¿Qué llevó a Puigdemont a cambiar de parecer en un lapso de tres horas? Varias son esas circunstancias:

1.- Amenaza de ERC de romper el Gobierno. Tras convocar una rueda de prensa para anunciar elecciones a las 13:30, el vicepresidente del Govern, Oriol Junqueras, le llamó para decirle que dimitía. Junquerases también presidente de ERC y convocó inmediatamente una reunión extraordinaria de la cúpula de su partido para abandonar el Gobierno y ratificar su amenaza, aprobando la ruptura del Govern en el caso de que se convocasen elecciones.

Carles Puigdemont no convoca elecciones anticipadas en Cataluña

Oriol Junqueras ha sido el principal impulsor en la sombra del independentismo en los últimos meses, aunque ha querido permanecer en un segundo plano, dejando que fuese Carles Puigdemont quien llevase el peso de las responsabilidades políticas del Govern y, por tanto, quien se ‘quemase’. Fue una jugada calculada por los estrategas republicanos mientras el vicepresidente trataba de aparecer en los medios lo menos posible.

2.- Negativa del Gobierno central a paralizar la aplicación del artículo 155 de la Constitución, que supone la intervención de la autonomía de Cataluña. Este jueves a las 13:00, el Gobierno central le negó la posibilidad de parar la aplicación del artículo 155, según indican fuentes del PDeCAT a El Confidencial. “¿Es que Rajoy quiere incendiar Cataluña?”, exclamó un dirigente de esta formación tras el rechazo del PP a no aplicar el 155. Ante esa circunstancia, el ‘president’ decidió no convocar elecciones e inmolarse. En último extremo, la intención es convertirse en mártir.

3.- Miedo de los suyos, que amenazan con romper el PDeCAT. Dos diputados, Jordi Cuminal y Albert Batalla, dimitieron ante la posibilidad de convocar elecciones autonómicas. Los dos se despidieron de sus escaños y de su militancia en el PDeCAT con un tuit similar, haciendo patente su malestar por la ‘rendición’ ante España. Cuminal había sido director general de Comunicación de Presidencia con Artur Mas. Batalla es alcalde de La Seu d’Urgell, uno de los ayuntamientos donde el PDeCAT ha dado con más intensidad su batalla más independentista.

4.- Amenaza de la CUP, ANC y Òmnium de tomar las calles. La CUP le puso en el sillón y Puigdemont ha sido fiel a su mandato. Además, ANC y Òmnium han sido las invitadas estrellas al Palau de la Generalitat, diariamente, los últimos meses. Le habían advertido que no podía dar marcha atrás y él estaba de acuerdo. Había un compromiso moral y personal con los radicales para llegar hasta el final. En último extremo, este compromiso fue determinante a la hora de que Puigdemont decidiese inclinar la balanza.

5.- Evitar la acusación de rebelión que preparaba la Fiscalía. Puigdemont es conocedor de que, en caso de proclamar la independencia, se enfrenta a una acusación de rebeldía. O sea, 30 años de cárcel. Por eso intentó en el último momento que el mal trago se lo llevase el Parlament. Dijo que la proclamación de la independencia era cosa de la Cámara legislativa. Pero la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, con tres querellas sobre su cabeza, recibió el mensaje claro y nítido de los tribunales diciendo que si permitía una votación de declaración de independencia se expone a ser acusada no solo de desobediencia, sino incluso de rebelión. Ninguno de los dos quiere ir a la cárcel, por lo que se pasan la pelota mutuamente.

6.- Miedo a ser un ‘botifler’. Es el estigma del traidor lo que a Puigdemont le mete miedo. Tiene un compromiso con la CUP, pero también con la gente que le conoce. El experiodista y exalcalde de Girona había puesto toda la carne en el asador. Aseguró a su círculo más íntimo que su misión era “dejar a Cataluña a las puertas de la independencia” y, en el último momento, debido a las presiones de un sector de su partido (también de la cúpula del PSC y de los mensajes que le trasladaba el delegado del Gobierno central, Enric Millo) y a las de fuera de Cataluña, estuvo a punto de aceptar la convocatoria de elecciones. Eso fue hasta unos minutos antes de la hora en que tenía que salir en rueda de prensa para anunciar los comicios. Tras el convencimiento de que el PP seguiría adelante con el 155, decidió no convocar elecciones y esperar acontecimientos.

Álvaro de Marichalar: "Los Mossos me han secuestrado y apaleado"

Álvaro de Marichalar (56 años) ya está en casa después de que ayer los Mossos d'Esquadra le detuvieran por desobediencia y resistencia a la autoridad tras enfrentarse a un grupo de agentes que le habían sacado de la plaza de Sant Jaume y le habían introducido al Palau de la Generalitat (Barcelona) para evitar un enfrentamiento con independentistas que se estaban manifestando.

El excuñado de la infanta Elena (53) ha calificado esta detención como un "secuestro". "Tres individuos vestidos de Mozos de Escuadra me han secuestrado por sorpresa y engañosa traición en plena vía pública ante periodistas y cientos de personas que exhibían banderas ilegales y gritaban proclamas delictivas (con las que aún así estuve varias horas hablando e intentando hacerles ver otros puntos de vista; siempre con muchísimo respeto por su parte y por la mía salvo algún caso aislado de agresión hacia mi persona de poquísima importancia: en ningún momento se produjo situación alguna de peligro por mucho que algún exaltado me quitara una pancarta o las banderas), asegura el empresario en un escrito que ha hecho llegar a JALEOS.

"Mi delito fue navegar en solitario contra la marea de la cobarde coacción, armado de la bandera de España con Europa y proclamando: 'Las Instituciones son de todos' y "STOP 3% en toda España". No había motivo legal alguno para secuestrarme, pegarme, intentar humillarme y detenerme. No he sido detenido por los Mozos de Escuadra, he sido secuestrado por un grupo de presuntos delincuentes ilegítimamente vestidos de Mozos de Escuadra. No me he resistido a la autoridad como intentan justificar... ¡Quien en su sano juicio se plantearía la posibilidad de resistir ocho contra uno...!".

Álvaro denuncia en su carta que no solo le han retenido sino que además le han insultado y maltratado. "Tras secuestrarme me han metido en nuestro Palacio de la Generalidad (que pertenece a todos los catalanes y resto de los españoles) tirándome entre viles insultos al suelo ocho golpistas armados de pistolas, odio y deshonor. Han intentado humillarme pero no lo han conseguido. Me han pegado todo lo que han querido y hasta cansarse".

Después de la agresión tuvo que acudir a un hospital y desde el mismo centro médico él relata lo que le ha sucedido con un vídeo que se ha publicado en Twitter. En el mismo se puede ver a Álvaro con las vías puestas y una brecha en la cabeza.

El hermano de Jaime de Marichalar termina afirmando que aunque está triste no se va a rendir. "Ha sido triste y frustrante vivir y sentir el terror y la violencia ejercidas por quien viste un uniforme que es de todos los catalanes con el resto de españoles y que está presidido por nuestra histórica Senyera/Señera que no es otra cosa que la antigua Señal del Señor Conde de Barcelona, mi ancestro. Cuatro quinquis sediciosos de quinta pervierten el recuerdo y la realidad histórica de nuestros antepasados: Esto ha sido lo más triste que he vivido hoy y lo único que ha logrado arrancar mis lágrimas. Los navarros jamás nos rendimos y menos si hay que defender España, donde y como sea".

Fuente: El Español

Con o sin 155, la obligación del Estado es hacerse sitio en Cataluña

No puede ser, como hemos constatado, que la última y casi única trinchera del Estado en aquella comunidad sea la formada por jueces, fiscales y policías parapetados en hoteles de dos estrellas.

Con o sin 155, la obligación del Estado es hacerse sitio en Cataluña. EFE

Esto no ha acabado. Tampoco sabemos cuándo y cómo acabará. Pero esta desgarradora experiencia, sufrida en primer término por muchos catalanes, no puede en modo alguno salirle gratis a los principales responsables de la que ya es la crisis más grave de la democracia española. Y no solo a los independentistas. Cierto, han sido estos los incendiarios, los causantes directos de una herida devastadora en lo político y sobre todo en lo social; los que con su estrategia de sistemática desfiguración de la verdad, de acoso al discrepante, de indecente y falsario proselitismo en escuelas y universidades, y de bochornosa utilización partidaria de los medios de comunicación públicos, han enfrentado a unos ciudadanos con otros.

Ha sido y es la convergencia interesada entre nacionalismopopulismola que está detrás del proceso de deslegitimación del modelo de convivencia que trajo la paz y el progreso a la inclemente Europa. Y en el espurio interés de unas élites excluyentes, que ven amenazados sus privilegios, está el germen de una rebelión carente de argumentos sólidos que la puedan justificar; ni en clave de ausencia de libertades, ni tampoco en el terreno de los agravios, tan recurrente para el nacionalismo. Este, el nacionalismo, no solo es un peligro; es una anacrónica anormalidad. Querer a tu tierra, defender sus viejas costumbres, sus instituciones, su lengua y demás peculiaridades, no son aspiraciones incompatibles con la pacífica convivencia de identidades y pareceres y el respeto de lo ajeno.

Pero sí es incompatible e inaceptable que la espesa cortina de humo del independentismo catalán, la infame estrategia de reinventar la historia para adaptarla a intereses reduccionistas y microscópicos, haya trastocado el orden lógico de las urgencias sociales del país, desplazando a lugares accesorios asuntos vitales, como la exigencia de combatir la desigualdad o acelerar acuerdos inexcusables en materias como el empleo juvenil o la educación. No hay duda de quiénes ocupan el escalón más alto en el podio de la insensatez por acción; pero también debiera servir esta crisis para extraer conclusiones acerca de la responsabilidad por omisión.

En un durísimo editorial titulado “La estrategia de la tensión”, el más prestigioso de los rotativos franceses, “Le Monde”, denunciaba hace unos días que "la televisión pública catalana lleva meses machacando con una propaganda independentista simplista y engañosa, recurriendo a una retórica de victimización que pretender hacer creer, de forma grotesca, que Catalunya es víctima del regreso de la dictadura franquista. No es el caso". Para los que seguimos de cerca la actualidad en Cataluña y venimos alertando desde hace tiempo sobre la casi nula pluralidad de medios como TV3, las afirmaciones del diario parisino nada tienen de novedoso, pero sí el extraordinario valor de obligar a abrir los ojos a quienes llevan años sin querer ver.

Con o sin 155, el Estado ya no puede mirar para otro lado y seguir permitiendo que en Cataluña se subviertan, con sistemática obstinación, las normas mínimas de respeto a la libre opinión y al derecho ciudadano a recibir una información veraz. Aún menos se puede permitir la imagen desoladora de policías y guardias civiles atrincherados en hoteles de dos estrellas o en campings reabiertos para la ocasión. Como resulta frustrante, aunque no necesariamente represente al conjunto, la certidumbre de que presuntos docentes adoctrinan a escolares en el aborrecimiento a todo lo que huele a español.

Según una reciente encuesta de “El Periódico”, siete de cada diez catalanes opinan que el procés ha dividido a la sociedad. Sí, el procés muere matando: ha quebrado la convivencia y no ha recaudado ningún apoyo internacional relevante. Pero la catástrofe no puede ocultar que también estamos ante la confirmación del fracaso del Estado. El intento de golpe del independentismo ha demostrado la resistencia de la nación española en situaciones extremas, pero a la vez ha dejado al descubierto sus carencias, la infinita soledad a la que ha condenado a millones de sus súbditos con su inacción.

Pase lo que pase a partir de ahora, el Estado, desde el respeto previo a las singularidades históricas, desde el convencimiento de que la solución pasa por una reforma de la Constitución que corrija las deficiencias del llamado “café para todos”, debe recuperar su sitio en Cataluña. No se trata de sustituir, sino de ocupar el lugar que le corresponde, de compartir. Lo que no puede ser es que la última y casi única trinchera del Estado en aquella comunidad hayan acabado siendo jueces, fiscales y policías.

Análisis: No tienen perdón de Dios

Miquel Giménez

Lo que ha sucedido este jueves en Cataluña supera todo lo que hemos visto a lo largo de los cuarenta años de democracia. Nunca un gobernante ha tomado tanto el pelo a la ciudadanía y nunca se ha reído tanto de propios y ajenos. A esto nos ha llevado la locura separatista.

Que alguien le regale un reloj

Eso decía irónicamente un compañero de prensa al ver que Carles Puigdemont dilataba una y otra vez su comparecencia ante la opinión pública. La sensación de improvisación que ha dejado patente el President de la Generalitat ha creado una situación vodevilesca que provoca el sonrojo. El decir ahora convoco elecciones y ahora no, esperando una llamada providencial de Moncloa en la que le dijesen que el Estado se retiraba con armas y bagajes, es el episodio más bochornoso de la Cataluña contemporánea.

Las cancillerías europeas no dan crédito, abriendo los ojos como platos ante la vergonzosa actuación del President. No ha sido mucho mejor la sesión que esta tarde ha tenido lugar en el vetusto y señero Parlament de Cataluña. Qué tristeza. Puigdemont y Junqueras callados como momias, los diferentes líderes políticos opinando con mejor o peor fortuna y todo para aplazar lo que nadie sabe. Al menos en el Senado se han podido escuchar propuestas, medidas, argumentos legales, dentro de la lógica. Llegan tarde, pero son mucho más razonables que las bravatas y consignas repetidas de manera innoble por la gente de Junts pel Sí y las CUP, que solo saben hablar de crímenes horrorosos, de opresión del IBEX, de pobres víctimas catalanas y de Franco y el Borbón. Digo más: al lado de estos voceros de la nada, los discursos de la oposición parecían incluso el culmen de la oratoria parlamentaria.

Pero no nos engañemos. El independentismo es lo que es por la baja calidad que se ha tenido a lo largo de estos años en los escaños de los partidos constitucionalistas. Es lamentable decirlo, pero uno es mejor o peor en función de aquello con lo que se compara y, en este caso, hay que decir que el relato secesionista tiene una serie de consignas, machaconas, sí, falaces, sí, perversas, sí, pero de construcción mucho más eficaz. Cuando Miquel Iceta se ha ofrecido a acompañar a Puigdemont al Senado para darle su apoyo creo que el PSC se ha acabado de hundir en el fango. Iceta, no lo olviden, ha sido junto a Núria Marín, alcaldesa de L’Hospitalet, y el ex President José Montilla, el muñidor de ese posible pacto –renuncia, más bien– que exigía Puigdemont para paralizar la máquina totalitaria de la DUI. El precio no era barato: anular el 155, con todo lo que ello comportaría. El Govern busca el indulto de Mariano Rajoy, pero sin decirlo, sin pedirlo, sin que se note.

Amparados en ese nimbo de honestidad, democracia y mandatos populares diversos, los separatistas pretenden seguir con la tónica de siempre, a saber, que todo les salga gratis y, encima, les den la razón. La mediación entre las partes es de todo punto imposible y los socialistas lo saben. Les puede su deseo de erosionar al PP y, digámoslo sin ambages, la oposición visceral a una idea de España sólida alrededor de una Constitución que no por mejorable es menos democrática.

Puigdemont se ha reído en las barbas del gobierno e incluso en las de sus propios votantes. A él le da lo mismo. Cree que está pasando a la historia.

¿Quién gobierna en Cataluña?

Esa es la pregunta que todo el mundo se formula. ¿Gobierna Puigdemont, que cambia de opinión cada vez que va al lavabo? ¿Gobierna Esquerra, que parece ha presionado a Puigdemont para que no convoque elecciones todavía, porque creen que desde Moncloa le acabarán dando todo lo que pide? ¿Es la CUP la que gobierna con sus postulados incendiarios, simplistas, cargados de odio y de miseria intelectual? ¿Acaso Iceta y los socialistas no gobiernan, pero influyen, y pretenden marcar el rumbo de la Generalitat?

La respuesta es terrorífica porque gobernar, lo que se dice gobernar, no gobierna nadie y gobiernan todos. Es el fenómeno más surrealista jamás visto en la Europa contemporánea. Todos influyen, todos hablan entre ellos, todos pactan y rompen esos pactos cuando aún no se ha secado la tinta en el papel del acuerdo. Nadie sabe qué pasará porque todos esperan a ver lo que hace el otro.

Es el desgobierno como forma de vida, como aceptación del fracaso colectivo que ha supuesto ese proyecto llamado Cataluña, como el cansancio de la buena gente que se ha visto acogotada por unos medios de comunicación monocolores. Cataluña es una tierra postrada, acostumbrada a la genuflexión ante los poderosos. Alguien dijo que, para estar satisfecho, al catalán nacionalista le bastaban pocas cosas: que el Barça ganase la liga y, especialmente, al Real Madrid, que en la Diada se hablase de independencia, aparecer en la Contra de La Vanguardia y que le entrevistase en la televisión Josep Cuní. Con eso, se daba por satisfecho.

Ante tales aspiraciones, algunas más utópicas, otras muy modestas, el empacho independentista ha supuesto mucho más de lo que podía tolerar ese estómago convergente, agradecido y pacífico, más hecho a las cuentas de resultados y a la contabilidad en B que a gestas heroicas. Es ahí donde hay que ir a buscar el estupor opiáceo que aqueja a una parte del pueblo de Cataluña. No necesita gobierno, es decir, leyes, medidas, parlamentarismo o gestión. Con algo de épica van tirando. Convendremos en que ser gobierno con tan pocas exigencias es muy fácil y cualquier piernas puede ser Conseller, como se ya ve.

Puigdemont es, en ese sentido, un President ideal para esa parte de Cataluña que no quiere gobierno sino consignas. Es el mismo principio que rige para las CUP. Todos se indignan con el recuerdo a Franco, pero poquísimos de los integrantes de la cámara catalana lucharon contra él. Es más, es muy posible que sus padres y abuelos fuesen franquistas, como es el caso del belicoso Lluís Llach, de padre falangista, o del mismo President, que también tiene familia de camisa azul.

Es de temer, sin embargo, que todo acabe en una componenda y, visto que el Senado ya ha aceptado que si se convocan elecciones se suspenda el 155, todo acabará como siempre en estas tierras, en una cena amable entre amigos que, a pesar de aparecer en público como antagonistas acérrimos, son en la intimidad buenos amigos y vayan a saber si incluso socios en algún despacho.

El famoso seny catalán –Josep Pla decía que cuando había hecho falta nunca aparecía– se ha demostrado como algo vacío, hueco, sin mayor valor que una burbuja de jabón. No es seny, es hipocresía. Es la mentira, la cobardía, el jaja jiji de una caterva de paletos que no tienen la menor idea de lo que es la política. Convocar a la prensa varias veces a lo largo del día para acabar no diciendo nada y luego acudir a sede parlamentaria para seguir callado podrá ser propio de un adolescente imberbe, pero no de un político que se reclama como proclamador de un nuevo estado. De la misma manera, los discursos demagógicos de los voceros de Junts pel Sí no equivalen a razonamientos. Es el culmen de una idiocia que debió ser cortada en su momento.

Sinceramente, no tienen perdón de Dios.

Fuente: Vozpopuli

 

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